Desde 1810, Oktoberfest es sinónimo de celebraciones en Múnich, pero en México, el primero de octubre marcó el inicio de una nueva era política con Claudia Sheinbaum al frente, rompiendo barreras como la primera mujer presidente del país. Su llegada ha generado expectativas positivas en los mercados financieros. La moneda mexicana, el peso, se fortaleció significativamente, posicionándose como la divisa con mejor desempeño mundial en la semana.
Sheinbaum, a diferencia de su predecesor, muestra un estilo más conciliador. En su discurso inaugural, aseguró que continuaría con los programas sociales de AMLO, pero también envió un mensaje de unidad:
“La política se hace con amor, no con odio. La felicidad y la esperanza se fundan en el amor al prójimo, a la familia, a la naturaleza y a la patria”,
A los inversionistas, les ha ofrecido estabilidad macroeconómica y apertura a inversiones privadas, promoviendo el T-MEC y el nearshoring. Pero quizá su propuesta más relevante radica en su enfoque hacia la reforma energética. Sheinbaum busca facilitar la participación privada en la extracción de petróleo, lo cual es crucial para su estrategia de transición energética hacia fuentes renovables. Ha instado a modificar la iniciativa de reforma energética para permitir contratos con entidades privadas. Un reciente cambio en la propuesta del Artículo 27 de la Constitución lo refleja:
“…con el propósito de generar ingresos, el Estado llevará a cabo las actividades de exploración y extracción de petróleo e hidrocarburos a través de asignaciones a empresas públicas estatales (Pemex) o a través de contratos con entidades privadas”,
Sheinbaum parece estar trazando un camino que difiere del de AMLO, con un enfoque más pragmático y abierto a la colaboración privada. Este cambio promete una administración marcada por decisiones fundamentadas en análisis costo-beneficio y una visión energética moderna, fortaleciendo así la economía y la estabilidad del país.