La reciente designación de Martí Batres como director general del ISSSTE ha generado preocupación entre los burócratas, quienes ya enfrentan dificultades debido a la falta de recursos en la institución. Estos problemas se agravan con el nombramiento de Batres, conocido más por su capacidad para operar políticamente que por su habilidad para rescatar organismos en crisis. La precariedad financiera del ISSSTE pone en riesgo no solo los servicios médicos, sino también las prestaciones y pensiones de los trabajadores del Estado.
La trayectoria de Batres, al igual que la de otros líderes de la autodenominada 4T, ha estado marcada por su actividad política. Su habilidad para movilizar y estructurar redes clientelares ha sido clave en su éxito electoral, un estilo que prioriza ganar elecciones a cualquier costo.
La llegada de Batres al ISSSTE coincide con un contexto marcado por una mala administración pública. Su gestión al frente del gobierno capitalino dejó numerosos conflictos pendientes, como la crisis hídrica, de seguridad y el deficiente estado del transporte público, especialmente el Metro. Estas deficiencias reflejan una falta de estrategia efectiva para dirigir y mantener la infraestructura y servicios de la ciudad.
El discurso de Batres sobre convertir a la capital en un espacio de libertades quedó en meras palabras, mientras los problemas de inseguridad y corrupción prevalecen. La tasa de delitos no denunciados es alarmantemente alta, alimentada por un sistema judicial tortuoso y una fiscalía plagada de corrupción e impunidad.
En todo este panorama, el legado de Batres al frente del ISSSTE es incierto. Los desafíos son enormes, desde la mejora de servicios hasta la recuperación financiera del organismo. Sin embargo, sus antecedentes generan escepticismo sobre su capacidad para realizar una gestión que verdaderamente saque adelante al ISSSTE y garantice un servicio digno a sus derechohabientes.